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Moral y Revolución

Parece verosímil, a partir de lo expuesto anteriormente, que los grupos sociales interactúan en una enorme multiplicidad de niveles de los que el indivíduo que los integra carece de idea cierta. Eso sí, -y ésta sería la base mísma de la manipulación de las oligarquías conscientes sobre las masas-, el indivíduo “siente”, respecto a los grupos que interaccionan con aquel en que se encuadra, una relación de tolerancia-intolerancia, que vendría a ser una especie de “resultante” del cúmulo de relaciones que operan al margen del conocimiento y control del indivíduo. Ahora bien, tal “relación resultante” es adulterada por la oligarquía “consciente” de acuerdo a propósitos que le son propios. Los fundamentos prácticos de dominación de clase tienen en ésto profundos cimientos irracionales.
No pocas veces oligarquías de diverso signo apelan a las fuerzas irracionales, al “pathos”, para “movilizar” a las masas. El cambio político “revolucionario”, del signo que fuere, exige la ruptua del equilibrio tolerancia-intolerancia, la polarización de las masas. Exige de acuerdo con las teorías de la Revolución más extendidas la existencia de una masa en movimiento y de un grupo de revolucionarios profesionales que se pongan en cabeza del movimiento orientándolo. El mecanismo funciona con idéntica eficacia al servicio del capitalismo, del comunismo, del cristianismo, del islám... (Es algo bien sabido que durante las crisis los indivíduos desorientados tienden a seguir a aquellos que “parecen saber lo que se traen entre manos” de un modo perfectamente acrítico).
De esta manera, el cambio social, las condiciones que le son propicias, los grupos que lo promueven o combaten establecen relaciones de alienación para con cada uno de los indivíduos que se configuran como sujetos pacientes del proceso.
Así, el verdadero revolucionario no desea el caos, antes bien organizar una sociedad caótica en que las oligarquías han invertido los papeles de las fuerzas productivas alumbrando el nacimiento de una humanidad subyugada a las necesidades de una Economía abstracta en que se subsumen sus mezquinos intereses. No se hizo, parafraseando la Biblia cristiana, el hombre para el Dinero, sino el dinero para el Hombre. El verdadero revolucionario ama el Orden Natural que la codicia humana destruyó. Su fuerza nace de su “concepción moral” del mundo y se opone a la pura “abstracción económica” de la sociedad. No hay noción más peligrosa para el revolucionario, que el maquiavelismo del “fin justificador de todo medio”. No hay práctica revolucionaria más ambigua que el llamamiento al “pathos”. Liberar al hombre no puede reducirse a sumirlo en otro sueño “más bonito”... Consiste en inducirle a despertarse. La revolución ha de consistir en un estallido silencioso dentro de cada indivíduo que se decide a pensar por sí mísmo y buscar sus propios Fines.
He hablado de Moral y de “Orden Natural”. En los próximos días escribiré sobre estos temas. ¿Un punto de Partida?... Pedro Kropotkin.

Tolerancia. Recapitulación

De las reflexiones anteriores en torno a la tolerancia no soy capaz de arrojar conclusión ninguna “sensu strictu”. Que la tolerancia “institucional” no es un fenómeno moral parece una intuición defendible, ( todavía más si consideramos que la “Moral” está fuertemente ligada al indivíduo y que su reflejo social, las más de las veces, a penas si merece la consideración de “moralina” ). Como corolario parece justificado afirmar la complejidad y falta de linealidad de las relaciones que median entre “tolerancia institucional” y las “Tolerancias” que se nutren de las “Morales” de los indivíduos.
Me parece también válida la intuición que, desde el punto de vista de las tolerancias, opone al “Estado”, ( el mayor y más artificial de los grupos sociales en que se encuadra cada indivíduo ), al resto de los grupos sociales en que se integra o siente integrada cada persona. En general, la tolerancia institucional casi parece una media ponderada, ( adviertase el calificativo “ponderada” ), de las sensibilidades del conjunto de los grupos en perpetua tensión dinámica.
El grado de tolerancia de una sociedad parece así índice indicador de las circunstancias locales en un momento dado de una “álgebra social” intemporal, connatural a toda sociedad humana donde interactúan los miedos y espectativas de todos los individuos.
Diferentes grupos sociales encuentran su punto de articulación en concepciones que no admiten, en sí mismas, oportunidad de tolerancia en tanto que establecen una visión global del mundo en que no cabe duda respecto a virtud y error y que pretenden una adscripción incondicional de sus indivíduos a sus dictados. Tales grupos, en general de carácter religioso o político, aspiran a imponer en el mundo sus concepciones, sean estas la sumisión del hombre a los dictados de Dios o las consecuencias prácticas del “materialismo histórico”, por poner ejemplos tradicionalmente considerados antagónicos.
El hombre religioso debiera recordar,( ya lo apunté antes ), cada día, que el hombre es libre ante Dios, que tal libertad es el fundamento moral de sus propias creencias, y que el verdadero combate entre Luz y Tinieblas se da dentro de todos y cada uno de los indivíduos y no entre ellos.
El político milenarista debiera recordar siempre que el “pueblo” que es posible salvar a costa de la sangre del pueblo es antes una abstracción idealizada de una realidad inexistente que un fin capaz de justificar cualquier medio.

Tolerancia. El ejercicio del Poder.

Quien es dueño de sí mísmo no necesita ser dueño de nadie.
Existe un poder entendido como ejercicio. Hay quien, provisto de un arma y un entrenamiento busca una causa que poner al servicio de su ansia de dominar. Ellos acostumbran a ser los líderes, las partículas en torno a las cuales se agregan otros con similar problema, menos conscientes que ellos o peor dotados. Y juntos se sienten fuertes y “puros”.
Peligrosa es la fuerza que resulta de la amalgama de carencias y de excesos, porque cada individualidad se reduce a un común denominador de emotividad primitiva y los matices desaparecen en la deslumbrante claridad de Blanco o en las inexplorables tinieblas del Negro, ( macabra comunión en que estamos irremisiblemente condenados a extraviarnos ).
Las partes se sienten inocentes y se creen irresponsables, confundido todo valor en la embriaguez de un momento que sólo exige acción, quemar las naves.
Así la masa ejecuta la sentencia que dictaron el miedo y la lujuria, y los criminales nos podemos seguir sintiendo virtuosos. Todos cuantos participamos creamos las condiciones necesarias, y unos pocos, menos dueños de sí mísmos, menos afortunados o más corruptos, derraman la sangre sobre el conjunto.
La tolerancia es, probablemente, ejercicio de valientes, uno a uno. El linchamiento es la forma que tenemos de participar del poder cuando estamos vacíos. Dentro de nosotros mismos encontraremos en ocasiones que hemos llegado en el cumplimiento de la tarea que otros nos han impuesto mucho más allá de lo que hubiéramos creído posible. Y los tontos se sienten poderosos.

Tolerancia II

Y queda lo más difícil. Hablar de la tolerancia y de cada hombre. Hablar del miedo, la lujuria y la moral y, cómo no, hablar de Dios. Nada más inhumano que la tolerancia, porque su ejercicio atañe, precisamente, al hombre en su enfrentamiento con cuanto le resulta intolerable. Virtud ataviada con las galas del defecto, la cobardía y el pecado. Pacto con el error. No hay lugar para la tolerancia en el “hombre moral” o en el “hombre religioso”. No hay más opción ni camino para quien a la sombra de su Dios se siente en posesión de una verdad absoluta. Quizá sólo un pequeño sendero, un resquicio para la convivencia. Recordar, cada minuto, toda la vida, que Dios creó al hombre libre. Que suya es la venganza. Que su palabra no necesita garante humano. Que quizá, el martirio y la Guerra Santa sean tan sólo los frutos más amargos de la soberbia más extrema.

El Error.

Uno se equivoca cuando se deja llevar. Sólo caer es aún más fácil que deslizarse en el filo emponzoñado de adrenalina de la emoción. Puede parecer, en un primer momento, que se avanza más deprisa, que los propios movimientos son más rápidos y decididos... Lo parece de hecho. Pero se trata de la rápidez que precede al traspiés previo a la caída. Agradables o desagradables, las emociones son una montura que facilita el camino sólo después que la doma haya educado su naturaleza para nuestro provecho, sometiendo su fuerza al dominio del jinete. En caso contrario son vértigo arrebatado que nos zarandea de un lado a otro, sin meta cierta, hasta que nos arroja, muñecos rotos, al suelo.

Quizá un desordenado galopar, además de romper tus huesos, te aleje, definitivamente, de los que amas. Quizá, inválido, el resto de tus días sea un trágico rememorar de lo ya sido desde la blanca soledad de una cama.

Y no es culpa del noble bruto sino de la mano débil que no supo empuñar la brida.

La tolerancia I

La tolerancia I

Que nada hay tan recto que el hombre no pueda torcer es cosa bien sabida y que no hay virtud que ejercitada con ahinco no pueda transformarse en vicio es reflexión que acaba por brotar en el ánimo de toda mente normalmente constituída.

Tal es, a mi juicio, el caso de la “tolerancia” en ésta Nuestra Muy Democrática España que pretendidamente vestida de las “Luces” que Rousseau encendió hace ya varios siglos, antes parece torero de opereta que divina inspiración.

La tolerancia es ante todo una pública disposición que informa las actuaciones de una sociedad respecto a circunstancias y actitudes que se salen de lo socialmente promulgado como “norma”. Tal disposición supone la existencia de un núcleo normativo de obligado acatamiento y se ejerce respecto a las ideas, actitudes y colectivos que, sin quebrantar tal núcleo normativo, generan una serie de ideologías y normas de conducta diferenciadas que les dan una identidad propia en el seno de la sociedad huesped.

La tolerancia tiene, pues, su ámbito de actuación en cuestiones marginales, no consideradas en un determinado momento esenciales para el funcionamiento del Estado. Se trata, en efecto, de una “virtud pragmática” directamente relacionada con la solidez del edificio estatal.

Un Estado, por ejemplo, que ya no necesita de la religión como instrumento, será tolerante respecto a las manifestaciones religiosas no tradicionales o minoritarias. A medida que los Estados dependen en menor medida de ideologías del signo que fuere, los indivíduos ganan en libertad personal y la tolerancia se convierte, así, en nueva herramienta de cohesión.

Los estados de corte occidental se presentan como fundamentalmente “tolerantes” dado que su funcionamiento depende sólo en muy ínfima medida de capitales simbólicos e ideologías, quedando el indivíduo socialmente integrado en su papel de consumidor. Mediando el dinero como sistema universal de medida, el Estado cuenta con una base sólida en tanto que elemento regulador de la vida económica a través de su control de la moneda.

Tolerancia y Humanismo no serían, por tanto, dos términos esencialmente ligados sino que el vínculo entre aquellos es de naturaleza ideológica y su vigencia variable en función de las circunstancias.

Otra dimensión de la tolerancia es la personal que entra de lleno en el ámbito de la psicología y puede servir como índice para medir la integración del indivíduo en su sociedad, y que difícilmente será por completo concurrente con la “tolerancia social” de que hablaba más arriba. Este aspecto queda para otro día.

Presentación:

Presentación:

Dejó escrito Quevedo que nada pierde el hombre en ser biencriado y que es cosa la cortesía que sin costar nada vale mucho.
Tenía razón sin duda. Pero no es cosa de confundir la educación con el pudor a desnudar verdades aunque éstas, a menudo, antes que semejar la explendida desnudez de las Gracias nos recuerden a las brujas que dejó pintadas Goya.
Me propongo pues ser cortés y a la par sincero que si dada la actualidad patria es empeño imposible, no por ello deja de ser meta deseable. No me recataré, llegado el caso, en hablar largo y tendido de flaccidos pellejos y sucios harapos, que si una mera descripción pasa por ofensiva, fuerza será que la realidad que refiere lo sea aún en mayor medida. Éso sí, nunca serán la fuerza o la costumbre los argumentos que hagan caer ya los trapos ya las sedas, que si la verdad se conquista es antes mediante la seducción del razonamiento que por la premiosa impetuosidad de los prejuicios y el sabio se cuida mucho de rasgar las telas que él mísmo pueda precisar un día para cubrir una desnudez propia y vergonzante.
Quizá no baste la penetración de éste mi intelecto para descubrir la nacarada redondez de la Verdad Desnuda, pero no dude el lector que alcanzará para presentar alguna que otra verdad en bragas, que no es visión menos excitante, antes más, pues la total desnudez pasa a menudo por simple anatomía.