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hojacaduca

Tolerancia IV

Tolerancia. Recapitulación

De las reflexiones anteriores en torno a la tolerancia no soy capaz de arrojar conclusión ninguna “sensu strictu”. Que la tolerancia “institucional” no es un fenómeno moral parece una intuición defendible, ( todavía más si consideramos que la “Moral” está fuertemente ligada al indivíduo y que su reflejo social, las más de las veces, a penas si merece la consideración de “moralina” ). Como corolario parece justificado afirmar la complejidad y falta de linealidad de las relaciones que median entre “tolerancia institucional” y las “Tolerancias” que se nutren de las “Morales” de los indivíduos.
Me parece también válida la intuición que, desde el punto de vista de las tolerancias, opone al “Estado”, ( el mayor y más artificial de los grupos sociales en que se encuadra cada indivíduo ), al resto de los grupos sociales en que se integra o siente integrada cada persona. En general, la tolerancia institucional casi parece una media ponderada, ( adviertase el calificativo “ponderada” ), de las sensibilidades del conjunto de los grupos en perpetua tensión dinámica.
El grado de tolerancia de una sociedad parece así índice indicador de las circunstancias locales en un momento dado de una “álgebra social” intemporal, connatural a toda sociedad humana donde interactúan los miedos y espectativas de todos los individuos.
Diferentes grupos sociales encuentran su punto de articulación en concepciones que no admiten, en sí mismas, oportunidad de tolerancia en tanto que establecen una visión global del mundo en que no cabe duda respecto a virtud y error y que pretenden una adscripción incondicional de sus indivíduos a sus dictados. Tales grupos, en general de carácter religioso o político, aspiran a imponer en el mundo sus concepciones, sean estas la sumisión del hombre a los dictados de Dios o las consecuencias prácticas del “materialismo histórico”, por poner ejemplos tradicionalmente considerados antagónicos.
El hombre religioso debiera recordar,( ya lo apunté antes ), cada día, que el hombre es libre ante Dios, que tal libertad es el fundamento moral de sus propias creencias, y que el verdadero combate entre Luz y Tinieblas se da dentro de todos y cada uno de los indivíduos y no entre ellos.
El político milenarista debiera recordar siempre que el “pueblo” que es posible salvar a costa de la sangre del pueblo es antes una abstracción idealizada de una realidad inexistente que un fin capaz de justificar cualquier medio.